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Volantinero

Humberto Lorca

Situado en un parque frente a la Autopista Central que separa la comuna de La Cisterna con Lo Espejo, se encuentra don Humberto Lorca a cierta distancia de un pintoresco puesto de volantines apilados sobre una malla que los sostiene, en cercanas fechas dieciocheras. Este caballero de más de 70 años pareciera representar uno de los bastiones de la memoria de la población que se sitúa perpendicular al Cementerio Metropolitano, y que si bien en nuestro encuentro no gusta de ahondar en detalle sobre la propia historia ligada al sector, no por ello su presencia junto a los coloridos plásticos y papeles que potencialmente habrán de alzar vuelo, dejan de marcar un espacio que desde otrora fuese parte del barrio.

Al señalarnos a un grupo predominantemente de mujeres sentadas junto a los volantines, entre las que se encuentra su mujer, sus tres hijas y algunos nietos, Humberto ‒que se encuentra parado a la distancia junto a su yerno, Marcelo‒ nos comenta que siempre ha tenido como segundo trabajo la venta de volantines, con el propósito de solventar en algo más los gastos del hogar. Ahora bien, antiguamente el negocio resultaba bastante más rentable que hoy, como nos comenta: “Yo tenía tres puestos en la Panamericana y vendíamos cualquier cantidad. Yo hacía todo lo que eran los maderos. Ahora los compro, antes nos iba mejor porque curábamos hilo, teníamos hilo para vender, pero hoy en día no se puede por los accidentes que hay, así que vendemos puro hilo sano que tampoco no nos va mal ni bien, pero a la larga algo nos sale…”. Y es que para la mirada avezada del gásfiter, albañil, carpintero, mosquetero de la compañía CIC (empresa de mobiliario y decoración para el hogar), una de las claras razones de la baja en la rentabilidad con su segundo negocio, es la de que los niños de hoy han dejado de priorizar el querer encumbrar un volantín por mantenerse sumergidos en celulares y computadoras; o que los jóvenes de la población se dejen caer en entretenciones que a su juicio degradan la vida, como el trago o la drogadicción.

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De los volantines de antaño a la volatilidad de los lazos actuales

Al poco de haber comenzado a conversar llega uno de sus nietos a saludar, tiene diez años y don Humberto dice que hace poco le estuvo enseñando a jugar a las bolitas, ya que tampoco sabía. Marcelo, el yerno, comenta con desasosiego que los niños ya ni “saben elevar un volantín… o sea, esos plásticos que tú les amarras un elástico en la punta y si hay viento se eleva, y si no, no se eleva. Pero un volantín… tirantearlo o algo, ya no…”. En ello, más allá de la socavación cultural que ha sufrido ésta u otras prácticas entre niños y jóvenes, igualmente la venta de los volantines por parte de Humberto persiste en el tiempo, de a ratos más como un hobbie o debido al peso constituido por toda una tradición, antes que gracias a un considerable dividendo adicional respecto al que pueda percibir en CIC.

Luego, al comenzar a hablar más sobre su trabajo en esta compañía, don Humberto nos comenta que espera “continuar ojalá unos años más, porque en realidad no estoy mal… tengo buen sueldo y eso es lo que me favorece ahora, porque la jubilación es muy re-mala”. Y pese a su alegato por los precarios dineros de la jubilación, el vendedor de volantines pareciera ser mucho más crítico con aquellos que hoy día lo quieren “todo regalado”, siendo que para él hay que saberse ganar la vida en todos los ámbitos.

Con el constante y veloz pasar de automóviles por la autopista, la conversación se deja caer sobre las transformaciones generacionales acaecidas en los últimos años, en donde los jóvenes son los principales movilizadores de una serie de prácticas que no son tan bien vistas por don Humberto. Algunos ejemplos de ello lo ven en la misma población, la que ha presenciado la evidente pérdida de los lazos comunitarios que antiguamente sustentaran el vivir. Tradicionalmente, el Club Deportivo marcaba un espacio de gran encuentro que ya apenas existe, y los vecinos cada vez se saludan o preocupan menos entre sí. En ello, nuestro avezado albañil y carpintero manifiesta su tristeza al constatar cómo un espacio verde como en el que se encuentran ‒reducto que aún permite el encuentro de algunas personas del sector‒ al mismo tiempo deviene víctima de algunas actitudes reprochables por parte de la juventud. “La otra vez un chiquillo estaba haciendo tira un árbol: “Oye, socio, no hagas tira el árbol”, ¿Es suyo compadre?’ ‒porque así hablan ahora‒ “No es mío, pero claro, hay que cuidar””. Y esto sin contar cuando don Humberto reconoce ya con cierta cotidianidad cuando los mismos jóvenes se colocan a fumar drogas apenas cae el sol.

Los surcos que se forman en la piel sobre la longeva mirada que hace juego con la rugosidad de los árboles cercanos, son producto también de toda una vida trabajada en un mismo espacio laboral –53 años seguidos–, siendo que su constante presencia en la empresa CIC, es la que le permite comentar con ojo crítico los avances y excesos que sobrelleva la tecnología en la vida de los trabajadores novatos. Por ejemplo, nos cuenta cómo al momento de desayunar con los compañeros, basta un mero saludo para que luego todos se encuentren embobados en sus celulares sin conversar entre sí, situación que no sólo da cuenta de la clara levedad que van cobrando las relaciones interpersonales dentro de la empresa, sino que también han llevado a una serie de problemas en la misma, como los accidentes laborales producto de estar revisando o jugando en los celulares, situación que ha obligado a la compañía a tomar cartas en el asunto.

De este modo es como nuestro aficionado a los volantines de papel, y al mismo tiempo crítico de la volatilidad de nuestras relaciones, suma en su análisis la pobreza en el profesionalismo que reconoce en los trabajadores jóvenes, acompañada de la falta de interés por generar un trabajo bien hecho cotidianamente. Y es que en la actual carrera del éxito individual, muchos parecieran ambicionar rápidamente un mejor puesto laboral, antes que mostrar pulcritud y esmero en lo que se hace. En palabras de Marcelo, quien trabaja en una empresa gráfica: “Hay muchos cabros que han llegado a trabajar allá pero son ingenieros, todos quieren ser gerentes de una empresa, pero en definitiva el cabro está estudiando para ser la mano de obra; uno quiere mandar, uno quiere llegar al tiro a un puesto de poder, gerencial, quiere tener su estilo de vida, que no está mal, pero yo creo que tienes que pasar por el otro tema, de abajito”.

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Al final del día: el calor del hogar

Respecto a lo que la conversación ha venido a constatar desde la reflexión de estos pobladores, que se traduce en una mirada recelosa frente a la pérdida de los lazos comunitarios en barrios y lugares de trabajo, acompañada por el exceso de la tecnología y el letargo que ésta genera en las personas; lo que ha derivado en modos de vida indiferentes frente a los otros, constituido sobre una carrera del éxito individual en detrimento de tantas otras formas de solidaridad y buen trato; no quitan que al final de cada día, sea el espacio cálido del hogar el que para don Humberto le permite sentirse constituido desde la estabilidad, tranquilidad y cariño que le demuestran los suyos.

“Así pues, yo tengo una familia muy rica… nosotros almorzamos juntos todos los fines de semana, y si no vienen, no como yo, me siento mal” comenta jocoso pero no menos enfático don Humberto, quien reconoce al mismo tiempo que tanto su mujer, como sus seis hijos y sus nietos son lo que más quiere en su vida. En consecuencia, recordando que desde siempre la venta de volantines ha estado asociada no sólo a un ámbito de trabajo, sino también a un espacio alegre de esparcimiento junto a su parentela, en donde su mujer ha sido fundamental en la compañía y la laboriosidad para levantar este negocio, es como desde la mirada madura de don Humberto en compañía de su yerno Marcelo, concluimos nuestro encuentro bajo la sombra juguetona de un volantín que es alzado a pocos pasos por un niño junto a su padre, recordándonos que siempre puede haber momento para –con tan sólo 250 pesos– adquirir un volantín e intentar darle vuelo no sólo a éste, sino al gesto que implica su disfrute junto a la familia en las áreas verdes, inclusive en nuestros tiempos.

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