DSC_0200

Lecciones de química

Edith

Caminamos sin rumbo en La Cisterna donde las largas calles rememoran lugares distantes que desafían la geografía tradicional: Quito se encuentra junto a Lima y La Paz; en perpendicular Francia e Italia, y más allá, la península ibérica. El día, cubierto por las grises nubes, se cargaba a la nostalgia.

Entre las capitales y naciones, se ubica una plaza en cuyo centro hay un cerco de rejas que contiene los juegos para los más chicos: unos columpios, unas barras y una estructura que desemboca en un resbalín, cuyos colores llamativos contrastan con el cielo.

Un niño y su hermana menor corren de un lado para el otro, y al fondo, una madre los observa desde el banco, rodeada de juguetes.

DSC_0204

“La vieja de química”

“Mi nombre es Edith, soy la profe de química”, introduce de inmediato, o mejor dicho, “la vieja de química”, como se autodenomina. El ritmo de su voz transmite paz y denota experiencia. Los niños que antes corrían por la plaza son sus hijos: Julio de siete años y Ana de cuatro. Al verlos jugando, la mujer bajita se reclina sobre el respaldo.

A su cuarentaicinco años, Edith hace clases en un colegio para adultos en la comuna de San Bernardo. Se encuentra haciendo un reemplazo en las noches, pues en las tardes no tiene con quien dejar a los niños. Ante la posibilidad de dejarlos al cuidado de alguien más, la mujer se considera desconfiada: “la gente en Santiago es tan impersonal, no nos conocemos, no tengo a nadie conocido como para dejarlos…”, dando cuenta cuan frágiles y reducidos pueden ser nuestros vínculos como cohabitantes. Ahora, resulta lógico preguntarse ¿con quién se quedan los niños en la noche? “Con el papá”. Pero volveremos sobre esto más adelante.

Como veníamos diciendo, Edith enseña en un colegio de adultos: sus estudiantes son jóvenes y adultos que no han terminado la enseñanza básica o media, y conforman un grupo muy heterogéneo entre sí. “Tengo una señora como de sesenta años que está sacando cuarto medio” e incluso “una estudiante haitiana” –cuenta la profesora–. Pero así como estudiantes diversos, también “tienen problemas sociales diversos”. Nos relata un episodio reciente que le ocurrió con un niño de unos diecisiete años, y que a juicio de Edith, tiene muy poca tolerancia a la frustración.

En la clase, el joven estuvo mirando el celular todo el rato y no hizo la actividad que la profesora les había dicho que hicieran. Cuando levantó la vista se dio cuenta que ya era demasiado tarde para terminarla y fue ahí cuando se levantó y se retiró de la sala de manera violenta. Edith salió a conversar con él: “ahí me enteré que tiene problemas serios con su familia, que lo echaron de la casa y tiene la autoestima por el suelo”. El joven le contó que piensa que no puede hacer las cosas, que no es capaz y que no se siente querido. “Este igual es un problema social que hay en Santiago” –reflexiona ella–. Luego, conversando con el inspector, la profesora se enteró que la situación de vida del estudiante es aún más difícil, pues consume drogas, y las autoridades del colegio presumen que también vende. Ante la pregunta de si el establecimiento puede ofrecerle ayuda, la mujer responde que existen los recursos y la intención, “pero también depende de su voluntad para insertarse”. Edith fue clara con él: tiene que sacar cuarto medio, sobre todo porque es joven e inteligente, pero “tiene que creerse el cuento”. Trabajar y estudiar es difícil, reconoce la mujer, pero a su juicio, es gratificante una vez logrado y saber que uno puede sobreponerse a las situaciones adversas de la vida. A pesar de la experiencia que la mujer buscaba transmitirle al joven, éste respondía que ‘con la plata todo se puede hacer’ y que cuando cumpliera dieciocho se iba a ir del país. Edith reflexiona que acá igual tiene la posibilidad de sacar la enseñanza media, que es un proceso lento, pero que “puede hacer las cosas bien”. Reafirma otra vez que la vida no es fácil, “pero hay que buscar las instancias para desarrollarse; uno tiene que ser una persona integral, vivir tranquila y ser feliz con lo que uno tiene. El dinero va y viene, pero no lo hace todo”.

Esta no es la primera vez que la profesora enseña en un colegio para adultos. Alrededor de ocho años atrás hacía clases en un colegio en la comuna de Puente Alto, pero señala que los estudiantes de aquel entonces “eran como menos conflictivos, más concientizados en estudiar”.

Con todo, es evidente que la mujer carga hoy con una gran responsabilidad y que consiste en guiar a sus estudiantes para cerrar una etapa que por diversas razones quedó inconclusa en la niñez y juventud. Una mujer de sesenta que vuelve al colegio y una joven haitiana que abandonó su país en busca de una vida digna son clara prueba de ello.

DSC_0202
DSC_0198

Julio chico

Edith se para y va a echarle vuelo a Julio que se había subido al columpio. El niño está feliz y Ana se acerca a comentar que se le había atorado su chaleco en un juego de la plaza. Edith le dice que lo van a abrochar para que no se le atore de nuevo.

“Al Julio el jueves lo diagnosticaron Asperger”. Edith cuenta que su hijo tiene un grado menor de la condición, pero que no le sorprendió la noticia “porque hace rato que yo lo noté diferente”; le cuesta relacionarse con los niños de su edad porque tiene intereses distintos, se lleva mejor con los adultos “y tiene un lenguaje bastante especial para un niño de su edad… Entonces sabía que era especial”. Con lenguaje especial, la madre refiere a la pronunciación y el vocabulario de Julio que se asemejan al español estandarizado. Con el diagnóstico médico, Edith quería confirmar sus sospechas y adquirir las herramientas para ayudar a su hijo a insertarse en el contexto escolar. El leve grado de la condición le permite a Julio prescindir de medicamentos.

Julio le pide a la mujer que lo empuje por lo que nos dice entre risas “¡Esta es la vida de una madre!”.

Cuenta que en el colegio no juega con los otros niños, y que eso lo entristece: “Anoche estaba llorando que no quería ir al colegio porque los niños no juegan con él”. Según Edith, Julio tiene una personalidad muy egocéntrica, le gusta establecer sus propias reglas, “entonces si no le siguen el juego, se enoja, se amurra; no logra encajar”. La diferencia entre sus compañeros también se aprecia en la forma de hablar ya que Julio habla con mayor sofisticación. Mientras los niños de su edad juegan a la pelota, él prefiere leer, resguardarse en aquella actividad que se caracteriza por hacerse en solitario.

La madre quiere llevarlo a un colegio artístico porque le gusta harto la música, donde es más probable que conviva con niños con intereses similares. “Le gustan Los Bunkers pero sus compañeros escuchan puro reggaetón, o sea, no todos, pero él tiene otra predilección en música: le gusta AC/DC, Silvio, Víctor…”. Edith cree que en términos de relaciones, un colegio artístico podría ayudar bastante a su hijo. La música ha sido una instancia recurrente para ayudar a Julio que hoy asiste todos los sábados a un taller de folclor con niños y niñas de cuatro a doce años, donde se hacen dinámicas de baile e interpretación musical. “Él no es muy coordinado pero igual le pone empeño”, de hecho, la próxima semana llevará su guitarra para desarrollar así su motricidad fina y coordinación, habilidades que, como nos cuenta la madre, se ven dificultadas por el Asperger.

DSC_0205

Recorriendo plazas en busca de amigos

Edith nos cuenta que a veces recorre con sus hijos las distintas plazas del barrio en busca de otros niños con los cuales Julio pueda jugar. Por coincidencia, el niño encontró un amigo que también tenía Asperger, poco antes de que llegáramos a conversar con la madre. “Engancharon bien los niños y nos pusimos de acuerdo con la otra mamá para que se vean mañana de nuevo”. Un motivo de alegría para Edith y Julio, quien a pesar de haber hecho un amigo, no pudo contener la tristeza cuando él se tuvo que ir a su casa, quedando nuevamente sólo con su hermana pequeña, Rodolfo y su madre en la plaza. ¿Quién es Rodolfo? “Su amigo imaginario”, cuenta Edith. Cuando Julio era más chico, su madre le dijo que podía inventarse un amigo, y así conoció a Rodolfo con quien juega hasta el día de hoy.

Julio fue atendido en el Hospital de la Chile, conocido comúnmente como “JJ”, y ahí los médicos determinaron que necesitaría un acompañamiento psicológico para controlar su frustración y egocentrismo: “para que él también ceda en sus ideas para poder integrarse en un juego”, y la terapia ocupacional para resolver temas de movilidad.

DSC_0199

Julio grande

Al comienzo habíamos dicho que retomaríamos al padre de los hijos de Edith más adelante, y este es el momento. Su nombre es Julio y también es profesor, “de química y biología”, y es la segunda pareja de ella. Nos cuenta que estuvo casada pero no tuvo hijos en su matrimonio, “y me casé con show igual, así con vestido blanco… Y no funcionó igual po’ (ríe), así que ahora llevo más años, y sin casarme estamos bien”. Ya divorciada, señala que “con una vez es suficiente”. Con Julio se conocieron cuando eran compañeros en la u, “ahí lo conquisté… No (vuelve a reír y rectifica) ahí nos conocimos”.

Se considera feliz con su pareja actual, y detalla que son buenos compañeros, y que incluso discuten de la materia que ambos enseñan. Tras una pequeña pausa y sosteniendo la muñeca de Ana entre sus manos, Edith se sincera y cuenta que “está en conflicto” preguntando si puede hablar de estas cosas en la conversación. Por supuesto que puede.

Julio le fue infiel, y lo peor según ella, es que no usó condón cuando estuvo con la otra mujer. El resultado fue un hijo no deseado, “que es más chico que la Ana”. Edith y Julio tienen proyecto de asistir a una terapia de pareja, porque si bien fue doloroso para ella enterarse de la infidelidad, argumenta que se siguen queriendo y siendo buenos compañeros: “nunca peleamos, somos re amigos, entonces igual queremos salvar la relación po’”.

Empero, la confianza sufrió enormemente y a Edith le cuesta volver a creer en él, por lo que reflexiona sobre las causas de la infidelidad. Ella estuvo casada, mientras para Julio, Edith fue su primera pareja y con quien tuvo su primera relación sexual, entonces la “falta de experiencia” seguramente lo llevó a involucrarse con otra mujer. “Yo sé que la curiosidad y la sexualidad en los hombres, como género, es atractiva po’”, y desde la biología, menciona que los humanos no estamos hechos para la monogamia: “¡es antinatural!, y somos una especie animal”. Como profesora y mujer, señala que “los varones son más sexuales que nosotras”, y que si ella fuera infiel alguna vez, la explicación no se hallaría en el impulso, sino en una atracción amorosa previa al sexo.

Julio afirma que la sigue amando y ella está dispuesta a cederle un tiempo al hombre para que pololee o ver si realmente quiere seguir con ella, pero nunca como un “chipe libre”. “Le concedería el espacio, separados, y después, si quiere volver, que lo conversemos”.

Pareciera que Edith buscara justificar la infidelidad, pero no es así. Ella busca una explicación, e insiste en la trayectoria que Julio ha tenido con las mujeres: “no pololeó mucho, era súper tímido, y yo creo que tiene un grado de Asperger porque es bien cabezón, súper inteligente, pero tímido, entonces yo sé que le faltó esa parte de exploración, esa etapa más libre”. De hecho, Julio logró lidiar con su timidez a través de chats en línea, donde conoció “a la otra tipa”, y esto resulta incomprensible para Edith: conocer a una persona a través de una pantalla, y más aún, sentirse atraído por alguien cuando la tecnología es la intermediaria de la comunicación. Edith sabe que estos sitios web le abrieron una ventana a Julio, pero no lo considera “normal”, y decidió ver de qué se trataban por su propia cuenta, definiendo la experiencia como aberrante en ocasiones “porque algunos de inmediato te invitan a tener sexo, ‘¿tú quieres ver un pene de tal tamaño?’, ehhh, salgamos, juntémonos, ¡y éstos no saben ni cómo soy yo!”.

Después de todo, lo que más le dolió no fue que su pareja se haya acostado con otra, sino el no haber usado condón. Edith ya le había advertido a él que si alguna vez llegaba a serle infiel, que usara preservativo para prevenir el contagio de alguna enfermedad: “y ni siquiera pensó un minuto en mí, ¡esa weá me enoja!, porque podría haberme infectado cualquier cosa”, y advierte que siempre hay que cuidarse, “pensar un minutito, un poquitito”, porque no cuesta nada ir a comprar un condón o postergar el sexo un día. Muy irónico todo esto cuando hablamos de un profesor de biología, piensa la mujer.

DSC_0201

Sexo sin amor

Julio reconoció el error, pero al comienzo decía que no hay que confundir ‘la sexualidad con el amor’, en un intento por hacer ver que la infidelidad respondía a la calentura cimentada en la falta de relaciones sexuales previas al pololeo, y que Edith atribuye en parte a un mayor deseo sexual por parte de los hombres. De hecho, “no es que las mujeres disfrutemos menos la sexualidad, si el sexo es rico, pero tiene que haber algo más, por lo menos en mi caso”, pero la principal pregunta que sigue rondando a la mujer es si él la sigue amando, si aquel episodio fue sólo sexo, o el amor entre la pareja se disolvió como en una reacción química entre elementos que dejaron de ser compatibles.

No deja de llamar la atención el tono calmo con el cual la mujer habla de sus problemas de pareja, y en ningún momento se percibió el resentimiento que uno podría esperar en una situación como esta. La razón está en que nunca han sido una pareja que pelee de forma violenta, sino siempre conversando, y Edith cree que esto se debe a la violencia que experimentó en su hogar cuando era pequeña. “Yo viví en la comuna de San Ramón, y mi casa era mucha violencia”: su padre era alcohólico y le pegaba a su madre, los gritos eran cosa de todos los días. Edith se ha esforzado por no replicar esa realidad para sus hijos, y no es que oculten las peleas, es que no las hay. A Julio hijo le resulta extraño ver a la gente discutiendo, a tal punto que incluso cuando ve en televisión una escena de este tipo, llora y le pregunta a Edith por qué las personas pelean así.

¿Prevalecerá la química?

Sobre el futuro de la relación, Edith percibe que hay más esperanza que desesperanza. Hay días en los cuales Julio rememora el tema y le pide perdón a ella sin premeditación alguna, comentándole que siente que están en condiciones distintas, aludiendo a que está en deuda con ella: “él sabe que la cagó”. Edith por su parte, le responde que no se culpe tanto, que lo que hay que hacer es “trabajar, hay que trabajar en recuperarlo”.

La incertidumbre está, pero Edith sigue enamorada y dispuesta a recomponer la relación: “me gustaría terminar mi vida con él, pero vamos a ver qué pasa”.

DSC_0200

Los viernes verdes

La conversación toma un nuevo giro donde abordamos otras temáticas. De política, Edith no quiere ni saber: siente una desilusión total, y una frustración que se acrecienta día a día. Nos cuenta que tiene unas hermanas en Argentina, y que les advierte que por ningún motivo se vengan acá, e incluso quiere que Julio y Ana vayan a estudiar allá cuando sean grandes.

Prende un cigarro y nos convida el último de la cajetilla. Nos cuenta que para abstraerse de los problemas de la realidad, de la difícil tarea de ser madre y recomponer su relación de pareja, ha retomado una práctica que había quedado olvidada en la época universitaria: con su amiga del alma, que también es profe de biología, revivieron los viernes verdes, es decir, compartir un pito y tocar o escuchar música. Obviamente el nombre ya no alude al día específico, sino a la instancia, que ya no es semanal como en los tiempos universitarios, y que constituye un espacio de refugio y distensión para ambas mujeres; para el resto de los días, el tabaco le ayuda a contrarrestar la ansiedad.

La tarde ya va cayendo, y unos rayos de sol se asoman entre las nubes. El tono del cielo se ha puesto arrebolado en un día que parecía no dar tregua. Edith nos cuenta que ya debe volver a casa pero antes debe comprar el pan; Julio nos invita a jugar a la plaza al día siguiente.

Edith sólo nos pidió un favor, y es que en la escritura del relato señaláramos la necesidad de instalar basureros en las plazas de la comuna, pues no hay ninguno y por ende, todos tiran su basura al suelo.

Para finalizar el relato, queremos detenernos en la apertura mutua que se dio en la conversación, un momento de gran valor para nosotros y que sin duda muestra que dos extraños pueden sostener una conversación acerca de la vida y cualquier temática cuando superamos la incomodidad o vergüenza de acercarnos al otro. Logramos constituir un espacio donde los prejuicios y la fría costumbre no tuvieron cabida, y donde dos personas hasta entonces desconocidas, pudieron descubrirse el uno al otro estableciendo un vínculo de confianza espontáneo por medio de la conversación. En este caso conocimos el relato de Edith, quien como profesora cumple una labor fundamental en la vida de otras personas, y que consiste en proveer de un nuevo sentido, a través de la educación, a aquellos que en su momento no pudieron cerrar un ciclo. Por otra parte, Edith dejó en evidencia la dura tarea de ser madre y la fragilidad de las relaciones amorosas, pero demostró la disposición a recomponer y luchar por todo lo que ella ama.

Creemos que este ejercicio, de acercarnos a un desconocido y mostrarnos los unos a los otros quién realmente somos, debemos comenzar a ponerlo en práctica. Sólo queda perder el miedo al quitarnos las máscaras y vernos los rostros.

DSC_0208

*Los nombres fueron modificados a petición de la entrevistada con el fin de preservar la privacidad e intimidad de las personas aludidas. Las imágenes fueron editadas con el mismo fin.

No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.