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Una vida para el reencuentro

Jorge

Caminando a las orillas del Zanjón de la Aguada, en la comuna de Maipú, no sólo se ve el reguero de agua que lo constituye, sino un característico paisaje en que interactúan áreas verdes con sectores de basura desperdigados por en rededor. Con un paisaje de poblaciones y edificios al sur, se encuentran en una plaza tres jóvenes adultos y tres niños jugando, entre ellos Jorge y Camilo –dos inconfundibles hermanos de 24 y 22 años, respectivamente. “¡Ah, se la ganaron!, ¡Van a quedar locos! (…) es que es la media historia”, nos introduce Camilo, dándole paso a Jorge, quien será nuestro principal interlocutor.

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El reencuentro, la infancia y la delincuencia

Más allá de sus evidentes lazos sanguíneos, Jorge nos dice que ellos recién se conocieron hace un año y medio, situación que hace que rápidamente nos cuente sobre sus orígenes: “Siempre nuestra familia estuvo ligada al tráfico y a la delincuencia, pero nosotros no crecimos con ellos” y tampoco juntos. Cuando tenían cuatro y dos años, la casa de su familia fue allanada por policías, apresando a varios de los miembros, situación que hizo que los dos hermanos cayeran en la red del Sename, institución que hoy enfrenta diversas críticas desde la opinión pública a raíz de las precarias condiciones de vida de los menores en los recintos. En la actualidad para Jorge asumirse “flaite” y haber tenido problemas con la justicia a raíz de la delincuencia, hace que piense que toda su forma de ser la lleva en la sangre, herencia de su familia.

No obstante, mientras cada uno de los hermanos habla, se dejan notar en sus voces, palabras y disposiciones corporales, las líneas de vida que forjaron en espacios distintos, lo que por un lado tiene que ver con la adopción de Camilo a los tres años y medio por una familia de clase media, mientras que Jorge se mantuvo en el hogar del Sename hasta los 13 o 14 años. “Yo no estaba en cualquier Sename porque yo no estaba en un hogar de perros, yo estaba en una wea así con parcelas, vivíamos bien, teníamos nana, toda la mano” –recuerda Jorge–, criado en un hogar a las afueras de Santiago.

La familia encarcelada visitaba a Jorge esporádicamente en el hogar cuando se le permitía, y siempre sostuvieron la idea de que Camilo se había ido adoptado a Italia; al menos eso les había comunicado el Sename. Y no fue hasta hace poco que un día le llegó la solicitud de amistad de Facebook de parte de Camilo a Jorge, debido a que el padre adoptivo de éste había encontrado un acta de adopción con los datos del hermano. “Yo ahora estoy tranquilo, nos venimos a conocer ahora que los dos somos más maduros. Menos mal que no nos conocimos cuando chicos” dice Jorge, a lo que contesta Camilo: “No, este weón de chico… Por eso mis papás no me dieron los papeles, pa’ no conocerlo antes, ¿cachai? Me dijeron de que los encontraron hace poco, pero yo estoy claro que fue para no conocerlo antes”. Todo parece apuntar que de haberse conocido de niños, ambos habrían compartido el entorno hostil en el cual creció Jorge.

El reencuentro es un momento muy significativo en la vida de ambos; luego de haber chateado harto por Facebook y haber reconocido que eran bastante parecidos no sólo físicamente, sino también en actitudes de vida, decidieron reencontrarse en Plaza Italia. “Yo estaba sentado esperando y de repente lo veo (…) Y lo veo subiendo por el metro así y dije: “ya, él es”. Empecé a caminar hacia él: “Buena, ¿cómo estai?” ¡Pah! “¿Volémonos?” Ya”. Así, luego del reencuentro de ambos, llegaron las celebraciones y el volver a acercarse a la familia de origen por parte de Camilo, además del comienzo de una cercana amistad entre los dos hermanos.

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La estabilidad que permite el amor

Mientras Catalina –pareja de Camilo– sigue dedicándose a jugar con los niños, a raíz del tema del carrete nos cuenta Jorge que él toma alcohol muy de vez en cuando y que su hermano ya ni se sirve, aunque no falta que ambos se fumen sus pitos, como lo hicieron el día en que se conocieron. De pronto Jorge se levanta la polera y nos muestra una serie de cortes que tiene en el estómago, se los hizo él mismo un día que quedó solo en la casa y se puso a tomar: nos cuenta que él en general no hace cosas como éstas porque al estar con su mujer se mantiene tranquilo, aunque de vez en cuando le surgen las actitudes violentas con otros. “Reacciono violentamente porque ya tengo esa costumbre, tengo esa costumbre violenta. Pero yo soy tranquilo porque yo estoy con mi señora, mi señora es tranquila, de otro corte” –nos dice–. Y es que según él, su pareja –con quien ya lleva ocho años– le cambió la vida, brindándole estabilidad en su vida. “Ella me cambió la realidad po’. Yo era delincuente así… cuático. Me cambió la realidad así, ya, tranquilo, y empecé a trabajar apenas nació mi hijo”.

Nos cuenta sobre ella: es estilista de la Peluquería Palumbo, y si bien Jorge actualmente es maestro prensista, dice que quiere estudiar para ser barbero y montar algo junto con su mujer, esto dado que es negocio seguro, pues entre dos o tres horas su mujer puede estar sacando 50 o 60 mil pesos, “las señoras pagan”. Los ingresos percibidos por su pareja en un trabajo estable, y que con el tiempo se han consolidado gracias al talento de Catalina, quien ha sido solicitada en varias peluquerías de renombre, les permite afirmar la economía del hogar.

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Ser un hijo más

Actualmente Jorge vive junto a su pareja, su hijo de seis años, sus suegros y la abuela de ella. De hecho, llegó ahí para quedarse desde los 14 años… hace memoria y recuerda que antes de eso estaba mucho más enfrascado en la delincuencia, porque sus compañeros del Sename eran buenos para asaltar: “Andábamos puro robando, ahora sí, algunos están muertos sí po’, quedamos como tres”. Pero según él, si bien no dejó de robar, se estabilizó mucho más al momento de haber sido recibido por la familia de su suegra, momento en que fue considerado como “un hijo más”.

Jorge desde el primer momento fue sincero con sus suegros respecto a su actitud de esporádico asaltante, y si bien sigue delinquiendo, no lo hace con cualquiera, “yo no ando cogoteando a la gente sí po’; esa wea nunca la hice porque es fea pa’ mí, siempre lo fue, jamás robarle a un weón que trabajó treinta días”, sino que más bien lo que ha hecho más de una vez es entrar a robar a casas grandes, específicamente buscando joyas y plata, lo que no ha dejado de traerle problemas con carabineros, de hecho se fue detenido un par de veces. Más allá de eso se ríe recordando algunas anécdotas, como un par de veces que estando en medio de un hurto, aprovecharon junto con su compañero de pasar al baño a orinar.

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Volviendo a hilar lazos familiares

Al final de nuestro encuentro, Jorge vuelve a comentar sobre lo bonito que ha sido el reencuentro con su hermano, en que resulta simbólico que el que se creía estaba en Italia, vuelve a confluir con Jorge en Plaza Italia, representando el pináculo de la reintegración con su familia de origen que durante mucho tiempo estuvo ausente. “De repente con mi hermana empezamos a hablar así y ya empezamos a juntarnos donde mi papá, y de repente, al poquito tiempo que yo empecé de nuevo así a integrarme con la familia, hasta que llegó él”, refiriéndose a Camilo.

El relato de Jorge entraña una dura trayectoria influenciada por un entorno cuyas condiciones materiales de vida e historia familiar lo vincularon a la delincuencia y el narcotráfico, pero, a pesar de sus vivencias pasadas y actuales, Jorge ha logrado encontrar un espacio de resistencia y seguridad en la familia que lo supo acoger a pesar de los prejuicios que sobre él pesaban, redirigiendo sus esfuerzos a las personas que más ama: su pareja y su hijo.

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Y nos hace preguntarnos: ¿Es la pobreza y su rudeza que puede derivar en círculos de narcotráfico algo inevitable, destinado a reproducirse durante las futuras generaciones? ¿Acaso alguien como Jorge carga realmente con lo que él mismo definió como “sangre de delincuente”? No deja de llamar la atención que Jorge asume como tautológica la delincuencia en su vida; una predestinación que se vio obligado a cumplir; una etiqueta reforzada por los medios de comunicación que vinculan, injustamente, una relación directa entre pobreza y delincuencia y que él parece aceptar sin reparos. Con todo, no caben dudas que en la perpetuación del círculo de la pobreza el Estado chileno ha tenido grandes responsabilidades pues ha sido un actor ausente en la construcción de bienestar y dignidad para la población. Debemos ser enfáticos: la pobreza sí es evitable y asegurar condiciones de vida dignas para todos es posible y necesario. A través de la acción colectiva, debemos construir un marco de garantías sociales que dignifiquen a cada uno en su particularidad y aseguren la verdadera libertad de hombres y mujeres.

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*Los nombres de los entrevistados fueron modificados para proteger sus identidades. Las imágenes fueron editadas con el mismo fin.

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