www.santiagobiografico.wordpress.com

Futura graduada de abuela

Irene Martínez

En un rincón del inmenso Parque Forestal, entre Recoleta y José María Caro, una mujer bajita está sentada sobre unos restos de ladrillos. Encogida, como buscando pasar desapercibida, fuma un cigarro. Su nombre es Irene Martínez, tiene 55 años, es casada y madre de dos hijas.

www.santiagobiografico.wordpress.com

En el inicio

De pequeña, Irene vivía con sus dos padres. Ambos tenían pocos estudios pero su madre siempre supo administrar bien la economía familiar y cuidaba bien de sus hijos: “fue una buena madre, pa’ donde andaba, andaba con sus cuatro chiquillos” –recuerda–. Su padre, chofer de la locomoción colectiva, siempre fue asiduo al trago. Después de cumplir con su turno de la mañana, éste no aparecía en la casa hasta bien entrada la tarde. Irene ya sabía lo que iba a pasar: “iba a haber peleas, mi papá le iba a pegar a mi mamá…”. Fueron años de mucha violencia intrafamiliar. La mujer recuerda un episodio traumático, que caló hondo en su memoria. Con apenas doce años, su padre llegó ebrio a la casa como de costumbre, no obstante, esta vez tomó un hacha y atacó a su esposa. Herida del brazo, partieron madre e hija a la posta. Allí había un carabinero al cual acudieron para informar el ataque de su marido… Irene nunca olvidará la respuesta que le dio el uniformado a su madre: “Por algo le habrá pegado, señora”.

El marido de Irene, lejos de ser un hombre comprensivo y cariñoso, es más bien terco y poco sensible. Criado en el campo, y con estudios hasta octavo básico, Irene cuenta que “él no es de piel, es huaso, huaso bruto”. El hombre sufrió duramente en la dictadura ya que su padre fue asesinado el 74’. Durísimos años para la pareja en un contexto de violencia nacional. “Yo viví lo que ustedes no vivieron, yo viví el gobierno de Allende y la dictadura del mayor criminal de este país”. La mujer afirma que el fantasma de Pinochet sigue penando: “Sí, aun vivimos sus consecuencias, dejó acomodada a toda su gente” –reflexiona–. Acerca de Bachelet, piensa lo mismo y sentencia que le guarda un puesto a su gente a diestra y siniestra, a la vista de todo el pueblo chileno.

Los primeros años de matrimonio fueron difíciles: sólo su esposo trabajaba en ese entonces. Además, vivían con los padres de Irene, pero después de tres meses de convivencia con los suegros, y gracias a la ayuda de una amiga de ésta, lograron cambiarse a la casa propia. “Me fui al otro día de la casa de mis padres” –cuenta Irene–, luego de que se la entregaran a ella y su marido. Hoy, la casa es un motivo de orgullo para la mujer: tardó veinte años en pagarla y para el último terremoto ni se trizó; “la tenemos como un chiche”.

www.santiagobiografico.wordpress.com

Ser madre en un entorno adverso

Irene es madre de dos hijas, y la crianza ha sido compleja en un país donde la educación constituye un privilegio que solo el dinero puede alcanzar: “Siempre les dije [a sus hijas] que nosotros le íbamos a dar enseñanza hasta el cuarto medio, porque no teníamos situación económica como para acceder a la universidad o instituto”. Su sueño, y por el cual hasta hoy se arrepiente de no haber cumplido, fue estudiar enfermería pero reconoce que le faltó motivación: las notas no le alcanzaron.

Consciente de la falta de recursos, Irene apoya férreamente al movimiento estudiantil. Una de sus hijas participó del movimiento pingüino el 2006: “Ella estaba en las tomas y yo le llevaba comida a ella, a sus compañeros, les llevaba abrigos… Estábamos pendientes”. También le tocó presenciar el desalojo del establecimiento de la niña, y ver horrorizada, a los agentes de fuerzas especiales golpeándola:

“Los cabros iban caminando bien y los de fuerzas especiales empezaban a hacer esto, esto –Irene hace un círculo con las manos, dando a entender que los policías rodearon a los estudiantes–, hasta que los encajonaban… cuando ya los tenían rodeados, meta palos con ellos, y los cabros no hacían na’, na’. Mi hija es flaquísima… ¿Cuántos palos recibió? ¿Y qué han logrado?”

La mujer ve con malos ojos el aún incierto desenlace estudiantil; no habrá final feliz y la desilusión será inminente. “La educación no va a ser nunca gratis, desgraciadamente no va a ser nunca gratis en este país, pero sí, un presidente de la república estudió gratis en la universidad: ¿Saben quién fue? Piñera”. ¿Por qué los pobres y los de clase media no pueden estudiar gratis? Esta pregunta da vueltas en su cabeza.

No obstante la dura realidad educacional, sus hijas han logrado sacar adelante sus estudios a través del endeudamiento, contrayendo créditos y accediendo a becas. Hoy, ambas están finalizando sus carreras en el DUOC, lo cual tiene contenta a la madre ya que nos cuenta, es un instituto de prestigio. Pero una de las chicas tuvo una mala pasada: “Estudió en el Instituto Los Leones, pero cuando se supo que era chanta, se salió e ingresó al DUOC”.

La relación con las hijas no está libre de tensión. El dinero y el patrimonio familiar han sido una constante problemática pues Irene rechaza la solicitud de sus hijas de entregarles en vida el terreno que le corresponde por herencia. “Ellas no van a tenerlo hasta que yo me muera” –asegura–. A su vez, a Irene le apena la falta de apoyo de sus hijas:

“(…) yo ahora venía recién conversando con el conductor y me salieron unas lágrimas huachas porque tengo sentimientos encontrados, porque mis hijas han trabajado y han tenido buenos trabajos y nunca, nunca, ellas de sus trabajos, me dijeron: toma mamá, ahí tienes diez mil pesos para ti, gástalos en lo que tú quieras. Pero cuando yo trabajo, van y acuden a mí para que yo les preste plata”.

El silencio se apodera de la conversación; de fondo, el ruido ensordecedor de una ciudad de movimientos incesantes.

A pesar de las dificultades, sus hijas son todo para ella. A dos semanas de ser abuela por primera vez, Irene anda con una sonrisa imborrable.

www.santiagobiografico.wordpress.com

El ingreso al mundo laboral

Irene entró a trabajar el año 2010, a los cincuenta años. Hasta ese entonces vivía de lo que su marido le proveía. Se le presentó una oportunidad de trabajar como fiscalizadora del Transantiago: “Me hablaron de fiscalización ¡y yo no tenía idea lo que era fiscalizar!”. En tres semanas aprendió su labor y empezó a trabajar arriba de las máquinas. Hoy por hoy, trabaja como monitora de zona paga: con el validador en mano, se encarga de que los pasajeros paguen su pasaje antes de subir a la micro. “La gente es muy reacia a validar, es muy reacia (…), incluso teniendo a la persona al frente que te dice que tienes que validar” –relata la mujer–. En ocasiones, ha tenido que recurrir a carabineros debido a los insultos propinados por los usuarios indispuestos. Su jefe no sabe nada de esto, pues la mujer no se atreve a contarle por temor a que la cambien de zona: “ya me aclimaté aquí, y ya conozco a la gente. Ya sé quiénes pagan, quiénes no pagan, quienes vienen con el cuento… O sea, te conozco a los ladrones; te conozco a los mecheros, entonces, por eso no quiero salirme de aquí”. El precio de abandonar un lugar de trabajo hostil pero conocido parece más alto que arriesgarse a probar suerte en otra parte.

La paga es mísera. Con ciento cuarentaicinco mil pesos mensuales por 24 horas trabajadas semanalmente, es poco el espacio que le queda a la imaginación.

“Yo le digo a mis compañeros que vamos a hacer una marcha. Todos hacen marchas; yo voy a reunir a todos los fiscalizadores y vamos a hacer una marcha nosotros, los fiscalizadores, para que realmente nos suban el sueldo (…) ¿Por qué un diputado gana lo que gana? ¿Por qué un diputado no gana lo que ganó yo, y vive con lo que yo gano?”

El silencio irrumpe nuevamente.

Una tarde, el validador de la mujer se apagó. Estaba junto a un compañero, “un cabro joven, cómo ustedes” –detalla–, y se comunicó a través del celular con su compañera para averiguar qué debía hacer. Las órdenes fueron claras: uno de los dos tenía que subir a trabajar en las máquinas, el otro podía irse a la casa. “¿Tú o yo? Le dije. ‘Usted no más’ me dijo él… En vez de aperrar él como hombre, tuve que partir yo”. Esa misma tarde recibiría una golpiza. Un hombre y dos mujeres atacaron a Irene quien les insistió que debían validar, pero el trío recurrió a los puños. ¿El saldo? Un combo y golpes en la espalda. El chofer le ofreció unas palabras de consuelo y le dijo que se bajara y permaneciera tranquila allí.

www.santiagobiografico.wordpress.com

La familia: refugio contra la intemperie

La historia de Irene no está exenta de las penurias a las cuales están sometidas la mayoría de las familias chilenas. La violencia intrafamiliar vivida en su infancia han dejado un vivo recuerdo de aquellos años; la imposibilidad de acceder a la educación ha obligado a sus hijas a contraer abultadas deudas, y la falta de dinero ha friccionado la relación madre-hija; las cicatrices de la dictadura se hacen sentir; la realidad laboral la ha golpeado duramente. Y su sueño de ser enfermera, de ser profesional, sólo podrá verse realizado a través de sus hijas.

Con todo, Irene está empecinada en lograr que su esposo sea un hombre cariñoso y comprensivo: “He tratado mis treinta años de matrimonio de hacerlo entender de que él tiene que ser un poco más cariñoso conmigo, no lo he logrado, pero lo voy a lograr, como mujer que soy, lo voy a lograr”.

¿Si es feliz? Sí, responde la mujer sin dudar. Las dos semanas de espera para recibir a Vicente, su primer nieto, la tienen ansiosa. “Mi hija se va a graduar de madre” –cuenta con orgullo–. A pesar de los conflictos y dificultades familiares, la familia es para ella su refugio y fuente de su felicidad personal. Una balsa para seguir navegando en las aguas adversas. ¿Qué queda hacia adelante? “Tengo casa, viene el nieto… Lo que viene ahora es seguir trabajando hasta que me dé la salud, acompañar a mi marido, hasta cuando Dios diga, y apoyar, aunque diga que no, a mis hijas hasta el final no más po’”.

www.santiagobiografico.wordpress.com
No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.