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Saltando la vida

Adrián Rojas

Las afueras del Metro Manuel Montt conforman una explanada donde se congregan grandes cantidades de personas. Algunas permanecen ahí, sentados en los bancos colindantes a Nueva Providencia, matando el tiempo hasta que el reloj les indica que es hora de marcharse. Otras parejas se acomodan en los costados, junto a las escaleras o arrimados fuera de las tiendas. Son alrededor de las 18:30 horas y los vendedores ambulantes tratan de deshacerse de sus últimas mercancías antes de emprender el rumbo a casa, y el flujo de personas no cesa hasta entrada la noche. Suele ser un lugar de pasada, una parada entre un punto de origen y un destino por alcanzar, pero también un espacio ideal para que un grupo de jóvenes practique lo que más les gusta: el parkour, una disciplina física centrada en la capacidad motriz, fuerza, y técnica para desplazarse.

Entre saltos y piruetas, sorteando los obstáculos de concreto y metal, Adrián Rojas se encuentra mirando a sus compañeros. Acaba de sufrir una lesión menor en la muñeca que le impide seguir con la rutina del grupo.

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El presente

Adrián Rojas tiene veintitrés años. Recién egresado de la USACH como ingeniero en metalurgia, se encuentra realizando su tesis en la planta nuclear. Joven ocupado que además trabaja los fines de semana para juntar plata: “Soy vendedor de zapatillas en el París del Parque Arauco, aunque no lo demuestro” –levanta los pies para mostrar sus zapatillas llenas de hoyos y ríe–.

¿Ingeniería en metalurgia?

Adrián cuenta que su carrera no es muy conocida. Admite que no sabía de su existencia hasta que postuló para entrar y que de hecho entró porque le alcanzaba el puntaje. “Al principio quería cambiarme de carrera, pero empecé a ver que esta carrera es súper buena”. El campo para ejercer es amplio: puede trabajar en las minas, en la planta nuclear (donde está realizando su tesis) y en ferrocarriles… “En un millón de cosas”. Pero entonces, ¿por qué es tan poco conocida? El joven responsabiliza la poca atención que recibe de los medios: “no aparece en la tele” a diferencia de las carreras tradicionales o las carreras técnicas que lideran los salarios y la ocupación de los recién egresados. Más allá de estos criterios, el resto de las carreras no gozan la misma exposición.

Pero Rojas no se detiene. Su plan ahora es saltar hasta la ingeniería industrial y quiere compatibilizar trabajo y estudios. “Cerca de la Universidad de Santiago hay una fábrica de metales donde trabaja un profe mío que está necesitando ayuda. Mi idea es trabajar ahí de día y estudiar en la noche para sacar la civil industrial y convalidarla con esta”. De resultar, Adrián recibiría el título de Ingeniero Civil Industrial en Metalurgia. Con estos conocimientos quiere saber llevar una empresa de metales o minería.

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El primer salto de Adrián

Desde niño en el colegio Rojas se consideraba un miedoso. Mientras sus compañeros trepaban los árboles, él los miraba con los pies en la tierra. “Era muy penca” –se ríe–. Fue viendo películas de acción, donde los protagonistas –o bien, los dobles– caían de grandes alturas o cruzaban de azotea en azotea para eludir el peligro que el joven decidió imitarlos. Pero no encontró apoyo sino hasta la universidad.

“El primer año en la U’, ese que está ahí –apunta a otro joven de jockey que se encontraba practicando unos metros más allá– junto con su grupo de educación física empezaron a crear un programa de parkour en la USACH”. Rojas no dejó pasar la oportunidad de aprender lo que vio en las películas. Cuenta que en un principio el grupo estaba compuesto por cerca de treinta hombres y cinco mujeres. Parecía que Adrián no estaba solo. “Ahí encontré lo que me faltaba… Porque desde ahí empecé a hacer todas las cuestiones extremas que nunca había hecho”, cuestiones que van más allá del parkour. Rojas se lanzó desde las montañas nevadas de la cordillera sobre su snowboard hasta las profundidades del litoral nacional con traje de hombre rana. “Ahora me subo a los árboles y me tiré del segundo piso de mi casa… No, eso no lo he hecho todavía” –aclara riendo–. Por supuesto, no fue fácil. “Al comienzo obvio que da miedo hacer este tipo de cosas, pero de a poco se va logrando, con compañeros que te digan: ‘weón, tírate’”.

Afirma rotundamente que ahora le gustaría hacer “todas las weas extremas habidas y por haber”, y mirando en retrospectiva, concluye que si hubiese encontrado este espacio antes, su futuro habría sido distinto, incluso, habría estudiado otra cosa, relacionada a la naturaleza, que es lo que realmente le gusta.

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Ese pasado que marca…

Adrián confiesa: “En verdad estoy en metalurgia porque desde niño me dijeron: ‘tenís que estudiar ingeniería, siempre ingeniería’. ¿Por qué? Por las lucas, entonces crecí con esa idea en mente, me basé en eso, que las lucas son lo importante…”. Estas ideas surgieron en el seno familiar, a juicio de él, muy cuadrada. Rojas, quien creció en la comuna de Pudahuel, nos cuenta que a su familia le costó mucho surgir; era una familia muy pobre, y su padre hasta los cuarenta estudiaba por las noches y trabajaba en el día. Pocas veces se lo veía en la casa. Algunos años atrás, el hombre quedó cesante, vivencias que el joven recuerda “fueron súper duras”. A raíz del entorno adverso al cual debieron enfrentarse como grupo, el padre de Adrián fue enfático: ‘yo quiero que ustedes sean más que yo, yo quiero que ustedes tengan buenas lucas para no tener que preocuparse de esto que nosotros nos preocupamos [su esposa y él], de dónde sacamos plata pal’ pan…’ –relata el acróbata–. En aquella época recibían la ayuda de parientes quienes aportaban con cajas de navidad y comida.

Los consejos de su padre no respondían a un capricho, sino que estaban cimentados en la necesidad de sobrevivir. Y esta experiencia lo marcó hasta hoy. “Por eso le hago caso” –remarca–.

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…también se desmarca

Nos cuenta que el parkour le hizo cambiar de parecer: “Ahí me di cuenta que no po’: ¿por qué nacer, cagarse la cabeza, estudiar algo que no te gusta para trabajar en algo que no te gusta habiendo millones de posibilidades para ganarte la vida?”. Reflexionamos. La voz de su padre, preocupado por entregarles un mejor futuro a él y su hermana menor, resuena en la cabeza de Adrián, pero como ecos de otra época que pierden su intensidad a medida que el futuro deviene más presente. Esa condición “cuadrada” que definía el gimnasta aficionado sobre su familia respondía a la fuerza de las circunstancias, pero no le impiden seguir adelante e imaginar un destino diferente al que parecía inevitable años atrás. Decidido a cambiar su suerte, Adrián busca complementar ambas realidades como aquel ingeniero que debe subsistir y aquel aventurero que desea vivir al límite.

Luego de asentarse y generar el ahorro suficiente el joven quiere viajar por todo el mundo, y no sólo en calidad de turista; quiere viajar haciendo los deportes extremos que tanto le gustan y probar nuevas experiencias como el salto en paracaídas.

El parkour, una experiencia

El parkour es un deporte versátil que supone recorrer del punto A al punto B superando obstáculos, saltando peligrosas alturas con la ayuda de las técnicas de la gimnasia; una práctica ideal en el entorno urbano como la extensión del Metro Manuel Montt pero también en la naturaleza que ofrecen en cierta medida lugares como Alcántara o el Cerro San Cristóbal. “La cosa es moverse, movilizarse (…) Después lo haces de forma natural, como gato, como mono”. Pero lo principal, asegura, es superar el miedo. ¿Es necesario tener la destreza de Tomás González para practicarlo? “Nada, nada. De hecho tengo un compañero, el gordito –apunta a uno de sus compañeros a lo lejos– que nunca había hecho nada, y practicando aquí uno empieza a desarrollar fuerza, a ver que pueden hacer otro tipo de cosas y hacer ejercicio divirtiéndose, no estando en gimnasios haciendo una rutina. Esta wea es bacán”.

Adrián rememora una experiencia personal en el Cajón del Maipo que da cuenta lo significativa que es su relación con el parkour. “Fuimos allá y estuvimos saltando todo el día entre las piedras de un riachuelo. Se siente bacán, como que volvís a tu naturaleza, a tus raíces, y esta wea te quita caleta de estrés. Te libera”. ¿Puede el parkour constituir una instancia para conectarse con la naturaleza, para conectarse con lo más prístino del hombre? Al joven no le caben dudas. No es de extrañar que su vivencia más trascendental, relata, fue haber nadado con tortugas: “fue una experiencia religiosa que se la recomiendo a todos”.

El grupo que lo acompaña se compone de cuatro jóvenes más de entre diecinueve y veintitrés años con intereses distintos. Algunos comenzaron desde niños a practicar este deporte, y otros, como Adrián, se integraron más tarde. Uno de ellos estudia gimnasia, vive en Maipú y viene hasta acá en bicicleta. Otro estudió economía y se encuentra buscando pega, pero además es campeón del juego Super Smash Bros (un videojuego de peleas muy popular para las consolas de Nintendo). Sus habilidades con el joystick lo han llevado a competir a Brasil y generar dinero a partir de sus triunfos. Sin duda, el grupo es heterogéneo, pero todos comparten la afición por el parkour. “Es bacán conocer este tipo de gente” –Adrián sonríe–.

A pesar de las amistades que han forjado los jóvenes entre sí, no suelen reunirse si no es para practicar saltos. Como el tiempo que tienen para verse es escaso no tienen una rutina de ejercicio que determine los días y las horas de reunión: se organizan según la disponibilidad de cada uno. Y el punto de reunión también es variable y transversal a Santiago: desde la Plaza Maipú, Los Héroes, Baquedano o Salvador, hasta el Parque Arauco, Plaza Alcántara o Pedro de Valdivia. En ocasiones especiales, utilizan gimnasios para entrenar, donde cuentan con tapetes y una piscina con esponja para practicar los trucos.

Rojas cuenta que el parkour es una especie de mundo oculto: “aquí todos ellos van caminando como corderos a la pega, a la casa –refiriéndose a los transeúntes que pasan junto a nosotros–, y uno aquí. Es como el skate, el BMX o el breakdance”. Y al igual que esos deportes, la práctica de parkour conlleva riesgos: ahora mismo Adrián se acaba de lesionar la muñeca recién comenzada la rutina. “Pisé mal, pero es piola” –aclara–. Una vez se lesionó ambas rodillas producto del impacto reiterado en esa zona que producía un truco. Tuvo que alejarse del parkour un tiempo hasta que finalmente se recuperó. “Pero no hay necesidad de hacer trucos difíciles o peligrosos; lo básico es caminar, correr, saltar esta wea –se refiere a la baranda–, el truco es algo adicional que puedes hacerlo como no hacerlo”.

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Zapatillas sin hoyos

Como ya señalábamos al comienzo, Adrián pasa los fines de semana con los pies en el suelo. Trabaja part–time como asistente de ventas en el área de zapatillas del París del Parque Arauco para ahorrar plata y poder viajar con su polola. Su trabajo consiste en atender a los clientes y llevar el producto a la caja; la boleta no corre por su cuenta.

El ambiente laboral le resulta agradable. “Con mis compañeros tiramos la talla. La suerte es que yo estoy en zapatillas, entonces estoy en bodega donde webiamos. Además los jefes son súper buena onda”. Pero se contrarresta con muchos de los clientes con los cuales tiene que lidiar: “como son de allá arriba me ha tocado mucha gente prepotente”. Adrián relata una anécdota que recuerda con asombroso detalle:

– Sabes, este color no me gusta, ¿no tenís algún color que me guste? –pregunta una señora–.
– ¿Qué color le gusta? –responde Adrián–.
– Gris con rosado
– ¿Le parece esta zapatilla?
– No, asquerosa.
– Pero amooor, si es una zapatilla para hacer ejercicio no más –interrumpe el marido–.
– No esta wea es asquerosa. Discúlpame pero todas asquerosas. Usted es súper amable mijito pero todo es asqueroso aquí –concluye la mujer–.

Acostumbrado a este tipo de situaciones, Rojas se descarga junto a sus compañeros en la bodega. “Ahí es cuando decimos: ¡vieja conchasumadre! –ríe–. No pero en serio, si van a comprar zapatillas, traten bien a los weones porque los putean de una manera…”.

Esta no es la primera vez que el joven atiende en una multitienda. Años atrás trabajó en La Polar, donde ahí “sí era vendedor completo”. Tenía que atender y finiquitar la compra. Además, como trabajaba en el área de menaje tenía que sacar la loza, revisarla una por una para ver si estaban rotas, “y esas weas pesan caleta” –añade–. Pero se siente satisfecho con su trabajo actual ya que “es más piola e igual pagan, pa’ alguien que no necesita mucho…”.

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El sol comienza a esconderse

Son casi las 19:00 horas y la luz comienza a atenuarse cediéndole espacio a la oscuridad de lo que será una apacible noche. Los bancos en derredor se van desocupando poco a poco mientras se apagan los últimos cigarros.

El relato de Adrián puede considerarse como una síntesis del panorama que vive gran parte de la juventud en nuestro país que debe lidiar con contradicciones personales y sociales. Al alero del deseo de los padres de entregarles a sus hijos una mejor vida que la que ellos tuvieron que vivir, y a través de la educación que en su mayoría obliga a las familias a contraer enormes deudas, los jóvenes se ven confrontados a responder al anhelo de sus padres que en ocasiones puede o no coincidir con sus propios proyectos de vida. Adrián ha optado por fundir ambas opciones al estudiar una carrera que promete un amplio campo laboral junto con un sueldo que le permita “vivir tranquilo” para así dedicarse a lo que más le gusta: los deportes extremos.

No hay dudas que el camino está lleno de incertezas, con todo empero, Adrián ha encontrado en el parkour un espacio que dota de sentido su vida y que le ha permitido ponerse en contacto con la naturaleza. Algo inigualable.

A lo lejos el sol se esconde completamente.

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