IMG_0168

Una sociología de la desilusión

Don Juan y Don Héctor

Población Carlos Cortés en Recoleta, es justo el empalme entre Santa Ana con Adela Martínez (cercana a la intersección de Los Zapadores con El Salto por el suroriente), allí nos situamos en lo que aparenta ser uno de los pocos rincones verdes de la población, justo a la vera de una cancha de fútbol donde algunos secundarios aprovechan la tarde invernal para entrenar. Así, a vista de un grupo de mujeres que acompañan a sus niños en la plaza, en un recoveco de la cancha nos encontramos con dos pobladores fundadores del sector: Don Héctor Gutiérrez y Don Juan Pérez, el último quien nos muestra sus no muchas ganas de participar: “Yo para qué le voy a decir, yo no voy a participar porque ya la vida que tengo yo es más atrás, nada que ver con lo que está pasando ahora” ‒menciona tajante‒.

IMG_0148

Luego de insistirle sobre nuestras intenciones, aclarándole lo importante de revisar aquello que se ubica “más atrás”, es que efectivamente Don Juan nos introducirá en un diálogo de constante analogía entre su nostalgia de pasado y nuestro presente social; como reflexiona en un comienzo:

“Fui criado con otra mentalidad, con respeto… ahora no pues, ahora el respeto ya se perdió ya, porque una vecina que vive en el pasaje ahí, dijo a la mamá: <<Mamá, voy a salir>>, <<Ya mijita, vaya no más>>, <<Pero voy a volver en cuatro días más>>”, parafrasea como si no entendiera que fuera posible, a lo que confronta con un relato de cuando él era joven: “Antes tú tenías permiso para ir a un malón, el malón empezaba a las 11 de la noche. <<Ya, a las 11 tienes que estar aquí>>, <<Pero papá, el malón empezaba a las 11 de la noche>>, <<No sé yo, a las 11 tienes que estar aquí>>, ¿qué es lo que pasó? que me la jugué, llegué a las 1:00 a la casa, y me dieron la hollada (…) si vo’ llegabas dos horas después, te pegaban… ese era el sistema”.

IMG_0234

Nostalgias de ayer, vicios de hoy

Ambos entrevistados recuerdan brevemente el período en que llegaron del brazo con sus padres a tomarse los terrenos que luego serían autorizados por el gobierno de Salvador Allende el año 70’. Héctor nos menciona que su arribo fue por la población vecina: “Yo participaba al frente, la toma de la 20 de Mayo, con mi mamá, mis hermanos; eran canchas, todas canchas”, pero sin alcanzar a profundizar mucho más en este período, en un giro veloz los entrevistados confrontan las nostalgias del pasado con nuestro devenir actual: “Eran tiempos mejores, la juventud era mucho más distinta a la de ahora, se vivía más tranquilo… así que todo eso uno lo recuerda y ya no vuelve más. Ahora no, está todo cambiado” menciona melancólico Don Héctor, el hombre de jockey azul.

IMG_0245

– “¿Y por qué ha cambiado tanto la cosa?”
– “Por la droga” responden casi a coro.

E inmediatamente el viejo Juan ‒de pelo cano, varias arrugas en la frente y campestre hablar‒ nos ejemplifica la situación mostrándonos la explanada futbolística que tenemos en frente: “Mira, aquí se terminó el fútbol, en todas las canchas de aquí del Salto había una asociación de fútbol, y se terminó, ¿por qué? Porque llegó la droga, entonces claro, una vez yo fui dirigente del club deportivo Calderón, y perdíamos en tercera, en segunda, en primera, perdíamos los tres equipos porque no llegaba gente, entonces les dije [a los jóvenes jugadores] un día en la semana: <<Cabritos, esta semana van a ver como 40 pitos>>, así dije, <<Así que quiero verlos en la cancha este fin de semana>> ¡Puta, le ganamos en tercera, ganamos en segunda y ganamos en primera! Y cuando llegamos a la sede: <<Compadrito ‒me dijeron‒ ¿y los pitos? >>, <<¿Qué pitos?>> les dije yo, <<No, si ahí hay porotos, no tengo pitos yo>>”, ríe al recordar la escena, pero rápidamente se vuelca serio: “Ahora ya no hay asociación de fútbol acá, desapareció hará unos cinco años…”.

Héctor y Juan hacen memoria, dicen que hace 25 o 30 años comenzó a entrar la droga en estos sectores, y si bien no creen que esté tan complicado como otras zonas al sur de Santiago, igual no deja de tener relevancia, porque viene a ser la puerta de entrada para que tantos jóvenes pierdan la ruta hacia caminos más constructivos de vida; situaciones que se entremezclan con el carrete y la liberación de la vida sexual: “Las cabras, mira, ahora las cabras por ejemplo: <<Oiga papito>>, <<¿Qué pasa?>> le dije yo… <<Páseme luca ‒dijo‒ y hacemos el amor>>, <<Estai’ fresca, por luca loca>>, tampoco… así, la luca, pal’ pito la luca… <<No>> le dije <<No>>… y aquí, en Quilicura igual… en Quilicura lo mismo, las chiquillas vendían su cosita para tener derecho a la droga” nos sorprende Don Juan al mencionar este ejemplo sin tapujos.

De algún modo, ambos entrevistados nos advierten que el mundo de la droga lleva a varios jóvenes a la pérdida de sentido de sus vidas, ampliando formas de crisis familiares que llegan a puntos extremos como la situación que nos comenta Don Juan: “Mira, se han ahorcado, mira, allá en Quilicura estuve trabajando cinco años y en el baño se ahorcó primero el hijo, uta’, no sé cómo el cabro se ahorcó ahí si el baño no tenía tanta cuestión para poderse haberse ahorcado, entonces el cabro igual la hizo… y se murió, después a los dos años, la misma señora hace lo mismo que hizo el hijo, pum… se fue…”, menciona con una fuerza y desgano que inevitablemente nos abate.

IMG_0183

“Esta biografía que están haciendo ustedes ojalá que sea fuerte” exhorta el viejo Juan, a lo que inmediatamente conecta a lo anterior con su falta en el ejercicio policial: “Yo no estoy contra los delincuentes porque también son seres humanos, pero te voy a decir una cosa, antes a vo’ te llevaban detenido por sospecha, te tenían 24 horas preso, y a las 24 horas te pasaban para Capitán Yáber, estabas cinco días más… y ahora resulta que te llevan al juzgado. Ahora en los juzgados, ¿sabes lo que hacen?, les dan una bebida y un sándwich, ¡y antes te daban palo!, entonces ahora no pueden castigar al delincuente… Aunque lo hayas pillado en lo malo, no pueden castigarlo, porque hay una ley que también lo favorece al loco” refiere contrariado. A lo que agrega Héctor que antiguamente para identificar al delincuente lo pelaban al rape, para que supiera la gente: “Ah, ese hueón es lanza”. Más allá de todo, en ambos se da una sensación de extrañar los antiguos códigos que respetaban los mismos choros: “Antes vo’ podías pelear con cualquiera, solo; los dos ‒pongámosle‒ nos poníamos a pelear; pero ahora vo’ peleas con uno, llegan 20 locos a hacerte tira la casa, ¡20 locos!…” nos menciona desilusionado Don Juan, como apelando a la cobardía que expresan estas formas de actuar en lo delictual.

IMG_0165

Labor cristiana entre los pobres urbanos

Ya entrados en confianza, Don Juan nos revela parte de su accionar dentro de la población, él es cristiano evangélico, y se preocupa no sólo de llevarle alimentos mínimos como pan, té y azúcar a los “volados”, sino que los acompaña con algunas palabras de bendición y una conversación para animar posibles cambios en sus vidas; una de sus frases resalta: “Yo no te voy a dejar loco, pero trata de recuperarte”. Ahora bien, más allá de su labor, nos entristece saber de realidades como las que nos menciona luego: “Traté a una pareja, un matrimonio que está en la droga, estuve seis meses tratándolos a ellos, y no se recuperaban… al revés, estaban más peor. Una vez estaba lloviendo, se les llovía el techo y estaban todo mojados allá, estaban durmiendo en el piso, y entro, yo les llevo la bendición… les dije: <<Oye, ¿qué está pasando?>>, <<Qué está pasando papito>>, <<Mira loco, cómo estai’ viviendo>> y vo’ le tomai’ las tapas a los cabros, todas mojadas…” refiere triste y disgustado, lamentando no sólo la incapacidad que tienen para actuar, sino también la soledad en la que se encuentran sumergidos con tal brutal miseria.

Para quienes ya consideramos como todos unos analistas recoletinos, la juventud en sectores populares no sólo se encuentra muy expuesta y ligada al mundo de la droga (entre otros vicios), sino que también todo tipo de modos más liberales de vida los han llevado, incluso, a tener dificultades o desinterés por mantener sus puestos de trabajo, como reflexiona y recuerda Don Juan: “La juventud está mal, no se ve otro camino, no quieren trabajar los locos… Y hay pega, date cuenta que el número de extranjeros que han llegado, hay pega, entonces no quieren trabajar… La otra vez me dijo un jefe:

– Juanito, cambiamos el sistema de trabajo.
– ¿Cómo cambiaron, cuál es el sistema?
– Claro, porque antes nosotros le hacíamos el contrato a gente de 18 años, de 21, de 22, y ya no hacemos ya, hacemos contrato de 30 años para arriba.
– Y bueno, ¿cuál es la idea?
– Es que el de 18, el de 19, el de 22 no tienen responsabilidad, y el de 30 es responsable, dura un mes nomás el cabro que es de 21, 22, y pescan la droga, pum, ahí quedan, y no aparecen más después a trabajar”.

Y así la conversación continúa versando sobre las generaciones jóvenes desde la mirada experimentada de estos dos pobladores. Don Juan menciona algunos ejemplos de la forma estricta que tuvo para criar a sus hijos, a lo que atribuye que ellos no hubieran caído en la droga u otros vicios, sumamente contrario a la delicada situación que vive una vecina con su hijo: “Aquí mismo hay un cabro un poquito más para allá, le pega a la mamá… y le quita el resto cuando ella va a cobrar, y se lo quita, y el cabro está en la droga”, siendo que ella no ha querido colocarle los límites y ahora es pasada a llevar continuamente por el joven; desde la perspectiva de Don Héctor esto no es sino el predominio del cariño materno por sobre una situación que va en contra de su integridad: “Para una madre no hay hijo malo… no sabe que le está haciendo un mal, lo está abanicando no más… eso es lo que pasa”.

Y qué hablar de las relaciones de pareja, que también perciben liberalizadas a tal punto que no sólo hace que perduren inestables en el tiempo, sino que lleven a un escenario constante de agresión del hombre por sobre la mujer, expresando su dimensión más abyecta en los femicidios y feminicidios que acontecen con bastante regularidad. Por la misma razón, no es raro que tanto Héctor como Juan observen con sospecha las cada vez más visibles formas diversas de orientación sexual o identidades de género, sorprendiéndonos con frases como que este tipo de situaciones son, junto con lo anterior, “un mal ejemplo para la juventud”.

IMG_0206

“Lo malo es bueno, y lo bueno es malo”

“Ahora está todo… lo malo es bueno, y lo bueno es malo, así que en esa onda se está yendo” sintetiza reflexivamente Don Juan, poniendo ambos ejemplos como los de la clase política, carabineros, y también a los curas.

“Corruptos” menciona Héctor, al hablar de la clase política. Para Don Juan no es difícil que los “ladrones de cuello y corbata” salgan medianamente bien parados de los casos de corrupción, en tanto la justicia chilena va a darles más protección que a otros sectores sociales. Héctor da un giro volviendo a reflexionar sobre las violencias sobre la mujer cruzado con la corrupción: “Por ejemplo, ve a la Nabila, esta niña que le sacaron los ojitos… Al hombre lo deberían haber esposado muchos años, y esto iba para cortes internacionales, van a demandar al Estado chileno por la mala justicia; el tipo le sacó los ojos… la dejó muerta en vida, con trauma y no ve nada ella, y lo remediaron… eso ¿qué te está diciendo ahí? Que corrieron plata por abajito… hay mucha corrupción”.

Mientras tanto el sol está pronto a ocultarse, y los últimos rayos de luz van haciendo juego con los coloridos y diversos murales que se esparcen por la pared a espaldas de los entrevistados. “Y frente a todo lo que hemos conversado, ¿hay esperanzas de que el futuro mejore?” les preguntamos con cierto grado de necesaria ingenuidad.

– El futuro, como tú preguntaste, tendría que hablarse que los gobiernos, los que están gobernando y los que vienen, tendrían que ser menos corruptos, para que haya ejemplos buenos… ‒menciona Héctor‒.
– No claro, eso es lo que usted le gustaría que pase, pero ¿usted cree que va a pasar?
– No…
– ¿Cómo?
– Si se van a arreglar los honorarios… ‒menciona jocoso‒.
Acto seguido aparece otro amigo de los entrevistados acompañado con su bicicleta:
– Hola Juan Pérez, ¿cómo está?
– Aquí estamos arreglando el país… ‒se sonríe Héctor‒.
– En charlas profundas ‒mencionamos nosotros‒.
– Es difícil ‒concluye Juan‒.

“La educación sigue mala desde cuando estaba chico yo, igual la delincuencia, el trabajo, salud, sigue igual la cosa, uno va enfermo a la posta y puedes estar tres, cuatro, cinco… todo un día esperando para que te atiendan, y si te atienden más encima, lo otro igual, la delincuencia ha aumentado a más delincuencia, así que… como quien dice: Uno que ya está viejito, que tenga buena salud no más… Y la corrupción va a estar igual, todos son corruptos, de alguna u otra forma son corruptos, la presidenta, el hijo, son corruptos…” ‒refiere con aires conclusivos Don Héctor‒.

“Mire, por ejemplo, en tiempos de Allende, fracasó el hombre, no le escucharon, no le creyeron su planteamiento, no lo escucharon, quedó la escoba, y ahora con este sistema que hay, ¿cómo?, ¿a dónde?, no hay nada… ya todo se perdió… por ejemplo, ahora uno qué debe hacer… nada po’” ‒agrega melancólico el cristiano‒.

Por lo que habiendo llegado el momento de despedirnos, mientras los dejamos en el mismo recodo donde iniciáramos una hora antes la conversación, al menos nos consuela el sentido del humor de estos viejos pobladores:

– ¿Y cómo te llamabai? ‒pregunta Don Juan‒.
– Tomás.
– Buen nombre Tomás, ¡qué toma Tomás! ‒ríen al unísono‒.

Y así nos marchamos, con la sensación agria frente a un escenario complejo, teñido especialmente por las realidades de segregación vividas y sentidas por sectores como éste y tantos otros entre los pobres urbanos. Otras conversaciones nos sabrán indicar si hay acaso más esperanzas, o quizás podamos conservar al menos la sonrisa y buen ánimo que nos enseñaron, esta tarde, Don Héctor y Don Juan.

IMG_0255
No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.