IMG_4040

Petaca de sempiterna conversación

Maglio

“A ver, a ver, sin confundirnos, ¿qué onda?, ¿quieren perder el tiempo conmigo?” reacciona achoradamente y con su mirada penetrante el viejo Maglio al momento de preguntarle si quiere contarnos sobre él… Luego de explicarle con detalle lo que hacemos, este hombre de barba y cabello cano ‒de gran parecido al fallecido músico chileno Eduardo “Gato” Alquinta‒ nos responde acorde a las copas que de seguro trae en el cuerpo: “Bueno ¿en qué topamos?”, con lo que nos acomodamos en una banca de una plaza puente altina para comenzar nuestro encuentro en medio de un atardecer otoñal.

“Oye, los felicito de antemano, voy a hacer mi paréntesis, porque aquí están conociendo al Maglio, de verdad…” nos introduce este hombre dedicado al diseño gráfico, quien rápidamente nos toma por sorpresa al revelar que nació en La Reina y fue criado en Las Condes, pero que de sus 60 años ya lleva 40 en este barrio del sector sur oriente de Santiago. De chico “estuve en el colegio San Gabriel, después estuve en el colegio Lastarria, tuve una experiencia hermosa” nos cuenta quien inmediatamente se describe a sí mismo como un vividor, hijo de profesores “y también fui hippie hueón, fui hippie, y fue interesante esa hueá”, vislumbra sin entrar tanto en detalle sobre la experiencia.

IMG_4096

Entre libros y aceite de bacalao

“Mi papá era marino mercante (…) yo venía de muy buena situación, venía del San Gabriel, terminé el liceo Lastarria con la Escuela Andina, hacíamos andinismo, montón de hueás. Aprendí mucho Kung-Fu también, oye y bueno eso es po’ hueón, ¿qué más?” nos cuenta y concluye tajantemente, como si sólo tuviese que cumplirnos contando los hitos de relevancia en su vida… que quizás por su forma de ser, o quizás por su actual estado etílico (o por qué no, ambas) es que el hombre continúa deambulando y saltando de tema en tema sin ahondar tanto más en alguno.

Retornando a su infancia nos cuenta que entre sus padres: “Hubo un break con el papá marino mercante po’ hueón, que llegaba una vez, estaba en el año dos o tres meses con nosotros y el resto del tiempo fuera. Me alimenté con aceite de bacalao, mira, con mucho calcio (…) y eso lo comen en Groenlandia, nada más” expresa el entrevistado. Por el lado de su madre, ella era “profesora normalista, del norte, Tocopilla. De esas viejas que caminaban con zapatos plásticos (…) y bueno ahí, caminaba tres kilómetros para ir a la escuela, nunca claudicó”.

Cuesta ahondar en su historia, aunque en paralelo Maglio nos va mostrando otro tipo de prácticas y sentidos en su vida, como por ejemplo, el que lo lleva casi cotidianamente a preocuparse de salir a conversar con otros, llegando sin problemas donde desconocidos en plazas o calles para plantear alguna discusión: “yo cuando me tomo un trago busco gente, ojalá los más abuelitos, tengo amigos de todo tipo, guatones, con plata…”, entre otro tipo de personajes a los que alude conocer.

IMG_4100

De la no esperanza activa…

Y desde allí nos vuelve a situar en un giro de 180 grados sobre algunos retazos de su juventud: “Mira, yo cuando era pendejo, yo luchaba, estaba ahí, a mí me tocó el cambio educacional, me tocó que la hueá, que Allende, lo viví también… y yo estaba ahí como los hueones, ahí una cantidad de hueás… también fumé pito (…) igual tenía mi casa medianamente acomodada… y salía y andaba con hueones con morrales, con marihuana, con libros de Marx, de Lenin…”, a lo que prosigue contándonos sobre otros temas algo inconexos, que introducen a Maglio en un entrampado camino boscoso de divagaciones, de los que finalmente logra escapar al concluir que en su vida ‒ni de joven, ni menos de viejo‒ él ha tenido la esperanza de ser testigo de algún cambio importante o transformación a nivel social en Chile.

“El mejor ejemplo, amigo mío, erradicar la pobreza, ¡imposible! Porque erradicar significa sacar y poner aquí… no sé, me perdonan, pero si ustedes están en ese plano, los respeto, pero sacas, con un esfuerzo máximo, total, y de nuevo a enfrentar… imposible” arguye confusamente mientras se detiene a decirnos: “oh, se puso grave la conversación, pero interesante, porque estoy con ustedes…”, y con un dejo emocional nos queda mirando fijamente mientras estrecha nuestras manos en señal de cariño. Así continúa conversando aludiendo constantemente al fotógrafo: “… mira, si yo tengo la paciencia de hacerte entender algo, nos vamos a entender, y él me entiende, pero detrás de él hay varios más, bueno, no sé, me fui en otra onda, pero es difícil… porque los otros no van a tener la paciencia, la cultura, los genes, para que él me entienda, y para que él se sienta así… es una apuesta”, y sin entender con toda claridad el sentido de sus palabras y la razón de fondo, Maglio emocionado y espontáneo se echa a llorar.

IMG_4083

Sollozos de desazón propios, imperativos de lucha para otros

Las lágrimas que se deslizan por su rostro las entendemos no sólo en la medida en que Maglio se permitió un espacio tranquilo de expresión que se coordina con los efectos de la bebida, sino fundamentalmente en la medida que logran desenmarañar desazones interiores sobre el devenir social respecto de nuestra nación, como nos expresa con voz quebrada: “Es complicada la hueá, que luchar, que la universidad, que pagar, que todos se vayan a la chucha. Pero los que están en su momento tienen que luchar, yo no, ellos sí, son circunstancias distintas… para mí el arte es, punto, relevante, y a eso me dedico”.

Y luego de un par de comentarios más al aire, nos sorprende graciosamente con un nuevo giro al decirnos: “Perdonen, voy a tomar un copete”, y sacando una petaca se sirve un trago y nos ofrece un poco que rechazamos. Al poco él nos comparte que pese a todos sus problemas, se siente una persona feliz: “¿sabes por qué me siento feliz? porque soy un hueón sano, soy un hueón honesto, correcto, no soy ambicioso, y eso es lo que me hace decir que soy feliz, no soy ambicioso… no soy ni negativo”.

“¿Están bien, están incómodos?” nos pregunta de pronto quien poco nos ha querido contar de su dedicación por las artes gráficas. “Sí, estamos bien, sólo que ya vamos a ir yendo”, respondemos al hacer alusión a la poca luz diurna que va quedando y al frío que se ha comenzado a asentar. “Nada de “voy yendo”, “¡ándate concha tu madre!”, chao nomás… váyanse” expresa Maglio con tono fuerte y posiblemente algo descontento, aunque no menos jocoso. Al instante se sirve un trago más de su petaca y vuelve a incitarnos a tomar.

– “No, hace tiempo que dejé el alcohol” –responde uno–.
– “¿Y tú Tomas?” –le consulta al otro–.
– “Sí, pero ahora no quiero…”, –responde el otro–.
– “Puta, puros pollos” –replica–.

Y al despedirnos y alejarnos, queda la copia viva de Alquinta acompañado de su petaca y su bicicleta, sentado y de seguro dispuesto a recibir a algún otro pasajero que le permita continuar alimentando la labia en divagaciones de quizás qué tipo, haciendo de este arte una forma perenne de encuentro en algún banco de cualquier plaza perdida de Puente Alto.

IMG_4076
IMG_4077
No Comments

Sorry, the comment form is closed at this time.