2016.08 - Marcos 018

Tío, cocinero, y futbolero nostálgico

Marco Sandoval

En una tarde de domingo durante el invierno, las calles de La Cisterna están tranquilas, y apenas se ve gente transitando. A la distancia, los últimos clientes aprovechan de terminar sus compras en la feria, donde los locatarios ordenan sus puestos y comienzan a partir, dejando un rastro de frutas y verduras que pinta el pavimento.
En la intersección de Goycolea y la calle Alcalde Barrera, una pequeña plaza destaca por los brillantes juegos, que con sus colores ambientan las risas de los niños, y las conversaciones de sus padres alrededor. Entre ellos, mirando desde una esquina y cargado de las bolsas de la feria, Marco Sandoval descansa sentado. Al acercarnos, accede a conversar con nosotros, pero nos advierte que tiene que partir pronto, pues está cuidando a sus sobrinos, y ya tienen que volver a la casa.

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Los barrios cambian, el partido se acaba

Cuando le preguntamos por la plaza, Marco comienza contándonos que él siempre ha vivido en el sector, el cual no tiene un nombre específico, pero lleva como punto de referencia las canchas de fútbol que se pueden ver tras una reja. La cancha del Toqui, como le dicen, ha estado aquí desde que Marco recuerda, pero cada día se encuentra más en desuso.
Y es que el club deportivo de la comuna, que era el principal usuario de este espacio, ya no existe, pese a esfuerzos por traerlo de vuelta. Y con nostalgia nos cuenta que “antes había un montón de canchas, un montón, que se ocupaban pa lo mismo, equipos de la comuna que participaban, competían entre ellos, pero ahí también, paulatinamente han ido desapareciendo las canchas, y así, desaparecieron los clubes, y la gente dejó de participar”.

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Y aunque las causas de la pérdida de los clubes no están tan claras, Marco nos habla del desarrollo inmobiliario que ha llevado a la venta de los terrenos que antes ocupaban canchas de otros sectores, dando paso a la construcción de edificios. Junto a esto, Marco ve también un cambio generacional que ha fomentado el declive de estas organizaciones. Los niños tienen nuevos intereses, y prefieren pasar su tiempo en actividades tecnológicas, antes que salir a hacer deporte. Los padres también han promovido esta actitud, y aprovechan la comodidad de que sus hijos estén en la casa.
Pese a lo incierto del origen de estos cambios, Marco conoce bien sus consecuencias, y destaca cómo ha podido ver la caída en la participación por parte de los vecinos, así como una creciente pérdida de identidad del sector y la comuna.

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En micro hasta la cocina

Marco nos cuenta que hace más de veinte años trabaja como cocinero, y que ahora se desempeña como maestro de cocina en un hotel en Providencia. Esta línea de trabajo le ha permitido aprender muchas técnicas para solucionar los problemas con la comida, especialmente cuando ésta no queda como se espera. Y nos explica que si no se le dedica el tiempo adecuado, las cosas no quedan bien. Entonces es importante no correr, saber lo que hay que hacer, y que cada uno haga su parte, balanceando también los tiempos de espera de los comensales.
Y aunque el trabajo en la cocina puede ser bajo presión, Marco está seguro de que la peor parte es el trayecto. Afortunadamente ahora trabaja cerca del metro, pero recuerda que hace unos años trabajó en un restaurante italiano en Las Condes, donde el viaje le tomaba cerca de una hora y media. Y, más que la espera, los reclamos van hacia el ambiente que se crea en el paradero, pues “se juntaba mucha gente ahí, todos peleando por su micro”. Y como lo dice él, “es caótico, están todos tensionados por el tiempo, por el tiempo más que nada, y por la incomodidad que produce este tipo de cosas, porque vai todo apurado, cansado, atrasado, a lo mejor con dolor de cabeza, a lo mejor con la caña, vai atrasado, y no te podi subir, todo apretado, y más encima a trabajar. Entonces, claro, en ningún momento vai sonriendo. Y ahí empezai a discutir con la demás gente, un toque, un empujón, cualquier huea, y queda la escoba”.

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El refugio del fin de semana

Pese a las dificultades del trabajo, y de los viajes que éste implica, Marco está agradecido de un detalle: el restaurante del hotel no funciona durante los fines de semana, permitiéndole descansar esos días. “En este rubro se trabaja de lunes a domingo. El viernes, sábado y domingo son los mejores días, los restaurantes se llenan. Y nosotros el fin de semana estamos cerrados, así que estamos en la casa”.
Y, aunque el descanso es agradable, para Marco lo más valioso es poder pasar esos días con su familia. “Si estuviera en otro lado, o en la antigua pega que tenía, a esta hora estaría trabajando, y no tendría la oportunidad de estar con mis sobrinos. Estaría trabajando al almuerzo, y después termina la hora de almuerzo y uno se viene pa la casa. Pero está llegando en la tarde del día domingo, y ya se fue el día domingo. Da pena”.

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Y así, aprovechando una tarde de domingo, Marco disfruta paseando con sus sobrinos, llevándolos a que se diviertan en la remozada plaza del barrio en que aprendió a jugar fútbol, mirando desde la distancia a los pocos jóvenes que usan las deterioradas canchas del Toqui. Contemplando los coloridos juegos desde la distancia, este antiguo vecino de La Cisterna recuerda los tiempos en que los clubes organizaban la vida social y daban identidad a los distintos grupos que de una u otra forma participaban en el circuito deportivo de la zona, dando forma a una arraigada comunidad local. Mientras espera a que los niños terminen de jugar, Marco se perfila frente a las canchas, con la nostalgia de quien las conociera antes de que las torres y las autopistas cambiaran el tejido urbano y social de La Cisterna, quizá para siempre.

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